146 EOS EOS 147 Lo primero que ha de procurar el novelista para que sus personajes se tengan de pie, es darles una apariencia de realidad física, una fisonomía material de tal modo concreta y tangible que el lector se ilege a convencer de que si, al doblar una esquina, topase con alguno de ellos, lo reconocería al instante. Para esto no se requiere, contra lo que creen y suelen practicar muchos escritores, prolijidad de trazos ni minuciosidad de pormenores; basta imitar, salvo en la exageración y deformidad, lo que hace el caricaturista.
Página 338: Dice Ricardo León en La Escuela de los Sofistas (página 192. Yo sólo soy poeta. a ratos. aunque no me son tan enemigas las musas que dejen de visitarme, siquiera una vez a la semana, no acabamos de hacer muy buenas migas ni ellas ni yo. Así parece, dirá el lector para sus adentros. es que nuestro novelista, que sabe poner a veces en sus cláusulas y períodos tan refinadas cadencias como el más numeroso de los escritores castellanos, ha querido mejorar la prosa con las galas y atavíos del verso, sin pensar que nada tiene que env diar aquélla a las combinaciones métricas más sutiles y alambicadas. Es más, yo creo que el ritmo de la prosa es más personal y más difícil que el del verso. Más personal, porque, con un poco de oído y otro poco de estudio, se puede adquirir el manejo de los distintos metros hasta el punto de que, salvo el contenido poético, llegue a confundirse una estrofa de Ricardo León con otra de Zorrilla; más difícil, porque siempre será más fácil aprender a marchar al son de la música, que acostumbrarse a andar con elegancia y desembarazo, sin atenerse a ngún compás externo.
Formemos una compañía de soldados con individuos de las distintas capas sociales: al cabo de unos meses allá se irán unos con otros en punto a gallardía y marcialidad; pero si en vez de aprender el paso militar tuviesen que aprender a cruzar la escena de un teatro con soltura y distinción, es posible, a juzgar por lo que vemos en los actores profesionales, que fracasasen en su empeño todos los hombres de la compañía.
Páginas 340 a 341: No conozco ningún escritor castellano, entre los modernos, que tenga siempre a mano tanta copia de palabras, para designar un objeto o expresar una idea, como Ricardo León; diríase que su pluma es una varilla de virtudes, a cuyo influjo acuden en tropel todas las voces del diccionario. de aquí nace la segunda de las características que hemos señalado en la prosa de nuestro autor: la facilidad.
Ahora bien, la facilidad de Ricardo León no es aquella «difícil facilidad» que constituye el grado supremo de perfección en el cultivo de las artes, sino más bien la resultancia de ciertas facultades naturales, cuyo funcionamiento instintivo requiere exquisita, y atenta vigilancia para que no degenere en defecto lo que puede ser muy envidiable cualidad. Porque la enorme ventaja que se obtiene de la rápida y espontánea afluencia de términos sinónimos o parecidos, no está en el vano alarde y lucimiento que se hace con ponerlos unos detrás de otros en el papel (dat smo. sino en poder elegir entre todos ellos el mejor, el más adecuado, ése que busca con afán el escritor premioso y Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.