Violence

132 EOS EOS 133 inútil y perturbadora, entonces el idioma, inerme y sin medios ni tiempo para la reacción, padece violencia en lo más intimo, y el inventor aturdido o ignorante se hace reo de peculado, puesto que no son caudales propios los que malversa, sino el común patrimonio de toda una raza.
La mayor aportación de voces cultas al romance coincide con el renacimiento de los estudios clásicos, en los siglos xv y xvi; y como por entonces nuestra gente de pluma no padecía, en punto a humanidades, la vergonzosa ignorancia que es hoy común a la plana mayor de nuestros literatos, sólo era de temer que los lectores se empachasen de erudición o de latinismos medio digeridos. En cuanto a disfrazar los latines a la española, sabían los antiguos pecfectamente el valor y la correspondencia de las terminaciones y sufijos de ambos idiomas, cuáles eran abstractos, cuáles frecuentativos, abundanciales, despectivos, etc. etc. y no había miedo de que diesen gato por liebre.
Páginas 166 a 169 y 171. propósito de una invectiva de Azorín contra las comparaciones: Claro es que, en el estado actual de las lenguas literarias, es muy difícil y a veces imposible, reconstituir el proceso psicológico que siguieron algunas voces para llegar al grado de abstracción en que hoy las hallamos. Hay algo más abstracto que deliberar? Pues ahí ve el filólogo, claramente, la balanza (latín, libra. donde se pesan el pro y el contra de las cosas. Quién se acuerda de que pretexto es el adorno con que se disimulan los defectos de la tela (pre textum. hasta los verbos ser y estar, que hoy denotan la existencia o modo de ser, en general, significaron en algún tiempo estar sentado y estar en pie, respectivamente.
Sin comparación no habría metáforas (que son comparaciones abreviadas, donde uno de los términos va sobrentendido. y sin metáforas no habría lenguaje.
Protestar contra ese artificio que consiste en «producir una sensación desconocida apelando a otra conocida. es ignorar que en el consiste la fuerza de expresión de las palabras. Las sensaciones del paladar, poco espirituales por cierto, son quizá las que más han contribuído a enriquecer los idiomas con términos, insubstituibles hoy, para expresar ideas abstractas y sutiles. El sofos griego y el sapiens latino se aplicaron, en un principio, al sentido del gusto, como nuestros adjetivos soso y salado, que ahora usamos para distinguir a la persona que tiene gracia y viveza de la que carece de estas cualidades. Insulso, era el plato que no tenía sal; ingrato, lo desagradable al paladar; y la primera y más alta cualidad que hoy exigimos al artista o al crítico, como algo supremo e inapelable que está por encima de todas las reglas y de todas las teorías estéticas, es que tenga luen gusto. Otro expediente socorrido para la creación de epítetos expresivos es el trueque de las sensaciones de unos sentidos con las de otros: la mirada fria, la voz aguda, las quejas amargas, el colorido de la música, la dureza de un dibujo, la ternura de una poesia, el sabor local de las obras de arte, etc. etc. son frases en las que, para completar o calificar las percepciones de un sentido, se sugieren paralelamente sensaciones de otro orden. Este Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.