TIS EOS EOS 119 Cuanto más generales y enciclopédicos sean, tanto más aleatorios y noc vos.
Si en vez de tener por primer objeto las ciencias o las letras por sí mismas, esto es, la investigación de la verdad y de la belleza, que solicitan al niño por sus atractivos propios, salvo a dirigirlo después hacia tal o cual fin práctico de un modo más particular, la enseñanza es ante todo y casi exclusivamente dirigida en vista de los programas de exámenes, los móviles más elevados de la inteligencia son, en la fuente, suprimidos o desviados de su destino.
El objeto de la educación no es almacenar en los espíritus, en un tiempo dado, una suma de nociones y fórmulas para ser producidas un cierto día.
El Estado reclama hombres inteligentes y capaces; no necesita espiritus cortados con la más perfecta perfección mecánica según el modelo de cierto examen.
En las escuelas primarias podrían ser radicalmente suprimidos los exámenes, ya ya. En los liceos o escuelas medias deberían ser cambiadas su forma y naturaleza y reducido su número a un máximum de semestrales para los primeros años y para los últimos. En las escuelas superiores deberían también ser reformados y mantenidos sólo para los estudiantes no asiduos, sentando así en principio que los diplomas se ganan por examen o por asiduidad bien comprobada.
Todo mecanismo de promoción, en la escuela primaria o en el colegio de a enseñanza, debe someterse al siguiente principio, formulado hace más de 21 años por la facultad de Medicina de París: Favorecer la manifestación y el desarrollo de las diversas aptitudes especiales, que son a menudo características de las mejores inteligencias. Con ese fin admitir que los diferentes conocimientos inscritos en los programas puedan equivalerse y suplirse, sin pedir una omniciencia que, tan general como insuficiente, dista bastante de ser prueba de superioridad intelectual.
Así se logra la orientación o especialización natural.
La regla es NO ESTORBAR LAS VOCACIONES. esto es precisamente lo contrario de imponer o dictar vocaciones.
Se explica que los intelectuales sientan la tentación de renovar la politica y consideren a veces hacedera y aun fácil la empresa. El espectáculo de la politica es generalmente de una gran vulgaridad. Los espiritus elevados, selectos, se sienten superiores al nivel que predomina en este medio; de ahí que juzguen su victoria fácil. La realidad les desengaña pronto. Esa gran masa de vulgaridad que hay en las agoras y los foros de las repúblicas, esa vulgaridad que se siente en sus asambleas y en las sillas de sus magistrados, es una masa ante cuya fuerza de inercia se estrellan a menudo las acometidas del espiritu. Los intelectuales no suelen caer en la cuenta de que gobernar una república es gobernar al común, al vulgo, y que para eso hace falta alguna vulgaridad. La vulgaridad es una fuerza politica.
El buen maestro procura enseñar EN LA ESCUELA es enemigo de imponer tareas que deban ser hechas por los alumnos fuera de la escuela.
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