EOS EOS 105 se tratara de un solo grito, cuando había alborotado todas las calles por donde pasara. El hombre que apura una copa, no es un hombre honrado. este aforismo salió breve, terminante, acompañado de un movimiento enérgico y afirmativo, de la boca del pequeño agente de policia, que castañeaba la lengua de gusto cuando un wiskey o un cognac la mojaban. Cinco colones y setenta y cinco céntimos o cinco con seis! Hubo que repetirselo varias veces para que comprendiese.
Mas. de dónde los iba a tomar? Cierto era que en el bolsillo tenía sus seis colones, pero eran para comprar manta y ropa a los chiquillos y a la mujer. Natividad no tenia segundas enaguas que ponerse. además la carne y el pan.
El señor agente de policia estaba fastidiado! Si no quería pagar descontaria la multa en un calabozo. la bonita mano retorciase el bigote, mientras pensaba en la graciosa bailarina del circo.
Juan dió lo que llevaba y le devolvieron una peseta Sentadito al borde de la acera continuaba Beto.
Ya no lloraba. El polvo se le pegó a las mejillas, moja das con lágrimas y la cara tenía así una cómica expresión dolorida. ratos recordaba sus cestitas, las varas adornadas con san migueles, los cuartillos de moras, la carreta. No se atrevia a ir a buscar ninguno de sus bienes porque esperaba de un momento a otro ver salir a su padre. Quiso hablar con el centinela pero no fué comprendido.
Tornó a su sitio de observación y el recuerdo de su dulzaina nunca vista y de la música jamás sentida, lleno de tristeza aquella alma infantil.
Cuando Juan salió, le tocó el turno de gritar a Beto, El muchacho se le agarró de las piernas y lloraba y reía. Se abrazaron y lloraron en silencio.
Los bueyes y la carreta fueron encontrados en un lugar seguro que el comprador de los canastos buscó caritativo.
En el bolsillo de Juan bailaba la peseta. Sentáronse en un banco del parque a hacer las cuentas y cavilaciones de la hormigita cuya fortuna era un cinco: si compráramos esto, si compráramos lo otro?
Pasó un vendedor de caramelos, de esos que portan su mercancia clavada en un poste delgado y largo. Beto le parecieron bonitos y apetitosos y Juan llamó al vendedor. El chiquillo escogió una vistosa guitarra de un rojo llamativo, una custodia amarilla y una trasparente mujer enjarrada.
El resto del dinero fué comprado en pan.
Se iba la tarde. El corredor de la casa de Juan estaba silencioso porque los niños se habían ido al camino a encontrar la carreta. La madre sentada en el umbral con el niño de pecho en el regazo, los vió alejarse rientes y dichosos con la esperanza que constituía para ellos la vuelta del padre. ella le gustaría que Juan les hubiese comprado una zaraza azul con rueditas blancas.
En lo alto de la cuesta los niños aguardaron. La dulzaina. Los sombreros. Las cintas. Cómo es una dulzaina? preguntaba José.
El traqueteo de la carreta dejóse oir al fin.
CARMEN LIRA Si todos los doctos de una misma ciudad quisieran darse cuenta de las palabras que pronuncian, no se encontrarian dos que atribuyeran la misma idea a una misma expresión. Se me objetará que si la cosa fuera asi, los hombres no se entenderian jamás. Pues la verdad es que no se entienden casi. Al menos yo no he visto nunca una disputa en la cual los argumentadores supieran bien positivamente de que se trataba.
VOLTAIRE. Lettres chinoises et indiennes. Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.