102 EOS EOS 103 y dejó los veinte canastos por seis colones. Fué preciso ir a reciar el trato a una cantina cercana. Beto quedó sentado a la orilla de la acera al lado de los vendedores de pájaros encerrados en jaulas de caña. El niño esperaba tranquilamente compradores.
Entre las cestitas, las flores de san miguel sonreian alegres en las varas y las moras regaban en torno suyo un perfume agridulce. Los mosotillos brincaban entre las jaulas y echaban al aire su canto quejumbroso. El niño soñaba con la música de su dulzaina. Ya no se aburriría cuando fuese con el padre a labrar troncos. pues él tocaria y tocaria hasta que su padre le dijese: callate Beto que me tenés loco.
Pero. dónde venderían dulzainas? Asi que se desocuparan, su padre lo llevaria a buscarlas. los sombreros de Baltasar y Juanico? las cintas de sus hermanas tenian que ser del mismo color del cielo. bien, bien.
En esto un tropel de gentes desembocó en la esquina. Dios mio! Qué veia? un policia llevaba a su padre quien gritaba desaforadamente.
Echó a correr como un loco y se acercó. Juan Colorado medio borracho, con el sombrero en una mano, lanzaba al aire una salva de gritos alegres, ensordecedores.
El contento salvaje que la más pequeña gota de aguardiente ponia a correr dentro de él, salió a las cuatro copas, lo mismo que un torrente por su boca. Tata, tata, balbuceo Beto acercándose. Hola, Betillo! Es mi hijo, señor policia. Este señor me lleva porque estoy alegre, Betillo. seguía gritando y haciendo gestos ridiculos, insensatos, Las cestitas, los cuartillos de moras, los tirsos adornados de san migueles, todo se borró del pensamiento del niño que siguió a su padre tembloroso y sollozando.
La puerta del cuartel cerróse ante él y tras su padre. Juan Colorado lo llevaron a la sala de los detenidos: allí estaban dos borrachos sentimentales que se abrazaban y se decían palabras tiernas, un muchacho sorprendido robando gallinas y dos mujeres que riñeron en la calle y que seguían alli insultándose por lo bajo y lanzándose miradas furibundas.
Poco a poco la alegria de Juan se evaporó y ahora dormitaba con la cabeza caida sobre el pecho.
La corneta del cuartel tocó su fanfarria del medio dia.
Por los cristales sucios de una ventana, veiase la punta de un pino que crecia en un jardin cercano. los dos borrachos les pasara su hora sentimental y miraban ante si con cara de idiotas.
El pobre hombre comenzó a ver claro en si. De la hoguera que ardió en su pecho y lanzó chispas por su boca, no quedaba sino un montoncillo de cenizas.
iJesucristo! Qué había hecho. Qué diria Natividad? No tuvo tiempo de meditar más. Fueron llamados ante el comisario. En la sala desnuda y fria tras una mesa, un hombre joven con aires de pisaverde, se preparaba a juzgar, puliéndose las uñas. Tenia las manos de una dama.
Comenzó el interrogatorio y la repartición de castigos.
Frunció el ceño e irguióse en su silla: los dos borrachos, diez colones de multa a cada uno y ya sabian lo que les tocaba si se repetía y los tomaban.
Al muchacho de las gallinas, le fué endilgado un sermón tonto, sin pies ni cabeza, en el cual se repetia a menudo la palabra honradez. Hablaba el juez sin dejar sus uñas que dijéranse hechas de concha nácar. Una semana de encierro.
Llególe el turno a Juan, quien comenzó a balbucear y a llamar coronel al comisario porque lo veía con galones. Sí, habia gritado porque estaba alegre. Bebió unos tragos y después no podia estar con la boca cerrada. Lo debían soltar. Qué habría sido de su hijo Beto? El señor coronel le perdonaria aquella ofensa. El era un hombre honrado. Don Juan Pacheco y don Esteban Solis podian servirle de testigos.
Por lástima y por ser la primera vez, se le impuso una multa de cinco colones, setenta y cinco céntimos, como si Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.