IOO EOS EOS ΙΟΙ ¡No se podía quejar Juan Colorado de la imaginación de sus hijos! He aquí no tenían con qué cubrirse, ni la comida abundaba pensaban antes que en la manta y el pan, en duizainas y cintas. Ah! Que en la vida todo lo que preocupa no ha de ser tan basto como la manta ni tan vulgar como el pan y benditos los humildes que piensan en su miseria en tener música y en prender en su cabeza un trozo de tela de seda color de cielo!
Calculaba con Natividad en vender los canastos a cuatro reales cada uno. Bien los valían y aún más, pues trabajados por mano experta en el oficio, estaban. Veinte a cuatro reales? Diez harían cinco pesos, otros diez, otros cinco pesos. Con diez pesos compraría manta para toda la familia, unos pantaloncillos para los muchachos, zaraza para las muchachas y Natividad. Natividad, la pobre, que no tenia con qué salir donde la viera la gente! Pan, café, candelas.
jillo, medio desnudo, sonrosado, con la piel espolvoreada de un finísimo vello dorado, enredadas entre la maraña de su caballera leonada las hojas y flores que el viento arrancara al pasar sobre él, y tocando su dulzaina al pie de un tronco musgoso, al dios Baco niño, arrancando melodías a la siringa. Habría dado ganas de vestirlo con la piel de corzo salpicada, calzarle los coturnos y poner a su lado la férula adornada de pámpanos. Juanico y a Baltasar, encontrólos el sol del viernes, en un moral con la sonrisa entre un embadurnamiento de jugo de moras que les cubría la punta de la nariz, las mejillas y la barba. Escogian las frutas negras y despreciaban las rojas que parecian racimitos de gotas de sangre: de aquéllas, dos eran puestas entre la boca y una iba al balde que portaban. la hora del almuerzo, sin embargo, estaban en casa con dos cuartillos de moras dentro del recipiente. Querian, otro dia su hermano Beto que iria con el padre a la ciudad, los vendiera y con el importe les comprase unos sombreros: que la cabeza del uno ya andaba a la intemperie y la del otro estaba cubierta no más por una copa.
Chica y Felicidad fuéronse después de comer al bosque a traer san migueles en botón. Eran ágiles como ardillas y daba gusto verlas retozar entre las ramas más altas de los más altos árboles. Sus hociquillos rojos se confundian con los lindos capullos de esta flor de una trepadora de nuestros bosques. Trajeron los delantales llenos y mientras los otros chicos les hacian rueda y los rayos del sol poniente parecian fundir el oro de las ocho cabecitas, las dos niñas adornaban varas con los capullos de san miguel y los aseguraban con hilo. En las flores abiertas no habia qué pensar, porque, de tocarlas una mariposa, dejaban caer al suelo los pétalos. Quedaron las ramas asi adornadas, a modo de tirsos engalanados con flores rojas y con hojas verdes. Fueron agitados, para conocer la seguridad que tenian, entre la griteria de los chiquillos.
Beto también vendería en el mercado a los niños de la ciudad que tanto gustan del sabor ácido de esta flor, los graciosos ramilletes, y compraria a las coquetas una vara de cinta del mismo color del cielo, a cada una.
El lucero de la mañana en lo menos que pensaba era en callar su luz, cuando la carreta de Juan cargada con los canastos, atravesó dando tumbos la tranquera. Los niños la despidieron con gritos y recomendaciones. Se alejó brincando pesada y alegre.
Los morales de fruta menuda y tallos prismáticos ponian en el aire su olor a incienso.
Entre las cestitas de Beto iban los tirsos de Chica y Felicidad. Como las niñas los dejaran toda la noche entre los berros del riachuelo, estaban frescos y en sus hojas se veia temblar gotas de agua cuando les caia el rayo de una estrella.
Bien entrado el dia, llegaron a la ciudad.
Encontráronse con el padrino de los niños, quien convidó a Juan a echarse un consuelo.
Cuando arribaron al mercado, los ojos le bailaban y sentia dentro de la carne el deseo de retozar que se le despertaba cada vez que el aguardiente le pasaba por la garganta. Una vez en él, supo había abundancia de su mercancia. No fué posible colocarla a cuatro reales la pieza. Tuvo que cederla en bulto a quien le ofreció más Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.