98 EOS EOS 99 de Juan parecía humilde cesto por cuya boca asomaran amapolas y rubias flores de paira.
El verano se acercaba y el dueño de la casa grande, terminadas las rozas que hizo en sus montañas, no tenia más trabajo que dar a las gentes del lugar. Conversábase en las tardes, bajo los cobertizos de irse alistando para bajar al valle a las próximas cogidas de café. Juan Gabrielo iría con sus muchachos a la hacienda de don José Manuel; Matías y los suyos a la de don Quito.
La yunta de Juan Colorado, de bueyes tiernos, casi unos terneros, pero valientes y voluntarios como ellos solos, pacía tranquilamente la yerba que Dios le reparaba en el camino, porque su amo no tenia en que ocuparla.
Habia cesado el acarreo de trozas y ahora podian descansar a pierna suelta. habia que pensar en llenar a la menudencia, sus barriguillas inconsecuentes. Entretanto se ayudaban comiéndose la milpa hecha en un terreno prestado. De noche, a la hora de la cena, a falta de otra cosa, los niños echaban al hogar sendas mazorcas tiernas, envueltas en su tusa, que una vez asadas, eran despojadas de ella. La cocina llenábase del sabroso olor que entonces despedían y las dentaduras ágiles comenzaban a arrancar los dulces granos, muchos de los cuales esponjábanse como azahares.
También habia que pensar en cubrir aquellas carnes, capaces de acabar con la paciencia de la nenaza de Natividad, tal era el afán de asomar su sonrosado y tierno encanto a curiosear por las innumerables desgarraduras de las ropas. La aguja de Chica, la mayor de los niños, una madrecita de once años, no tenia punto de reposo: zurcir, remendar, hacer milagros. No habia en la casa una prenda de vestir que no luciera remiendos de diferentes colores y telas. Con un saco de manta, marca Gallito, fabricaba en un abrir y cerrar de ojos, una camisa a Beto o a Juan Chiquillo y daba no sé qué verlos muy ufanos, vestida la camisa en la cual campeaba el gallo de la marca, ya en el pecho ya en la espalda.
zaron a subir a la montaña a traer bejuco para tejer canastos, labor muy vendible en tiempo de las cogidasde café.
Juan Colorado se preparo a ir por bejuco. Indispensable era hacer algo, no podia estarse mano sobre mano con semejante chapulinada que tenía buen diente.
En una madrugada, bajo un temporal que lo mandaba Dios Padre y con un frio de los que se estilan en esas alturas, salió de su casa y se incorporó a los bejuqueros que pasaban.
Tres leguas lo menos tuvieron que hacer para llegar a la mancha de bejuco que podia abastecerlos a todos.
Muy avanzada la tarde regresó, abrumado por la carga, con el vestido hecho una sopa y los pies destrozados.
Hizo otro viaje dos dias después entre la tristeza de la niebla y el frio, para procurarse el bejuco necesario.
Por fortuna el temporal se fué y un sol que era un contento seco los tallos verdes. El viernes veinte canastos grandes y bien trabajados estaban listos para la venta. Bien es verdad, no soportaba el dolor de espalda y las manos a pesar de su dureza le sangraban. no podia ser de otro modo; toda la semana inclinado: primero el asiento en el cual la colocación de los parales exigia cuidado si no se queria deshacer más tardo toda la labor y luego, usted teje, y usted teje. los ojos le dolian. Preferible era volar machete todo un santo dia.
Beto, el muchachillo de nueve años, fabricose con los restos del bejuco, tres cestitas primorosas que adorno con fantásticos dibujos rojos y verdes. Las vendería a las ninas de la ciudad a veinte céntimos cada una y con el dinero, compraríase una dulzaina, sueño dorado del niño desde un turno, en que escuchó embobado a un campesino sacarle músicas a una. Tocaria en las tardes bajo el cobertizo y los gritos de sus hermanos harianle coro. La llevaria siempre en el bolsillo, y en la montatia cuando fuera a acompañar al padre a alistar un tronco para el aserradero, en tanto que éste lo labrase con su hacsa, él tocaría en su dulzaina. Los jilgueros lo acompañarian.
Seria una cosa. muy como dijera él? oir su música entre la quietud fresca de los bosques. en verdad, que hubiera recordado asi nuestro salvaOctubre llegó con sus temporales. Los canasteros comenEste documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.