EOS EOS 38 39 es inevitable, su esfuerzo dejará de gastarse en la rotación de ese volante al vacío, y su descontento, bien explicable a decir verdad, engrosará la imponente masa cuya resistencia pasiva aisla paulatinamente a los gobiernos en un círculo vicioso de mpotencia y de inutilidad.
El día que puedan votar, desengañadas de la falacia política, habrán consumado el desengaño público respecto a ese ídolo infantil y vano cuyo vientre inflado de boletas pare siempre el mismo ratón. Bajo ese concepto, es preferible que lo consigan cuanto antes. La política se pondrá más divertida, lo cual no es poco decir, tratándose de profesión tan ingrata para el pueblo que la costea.
clase de París que les corresponde. No es el foco luminoso, gloria y esperanza de la humanidad, quien tiene la culpa. él acuden juntamente el sabio en su vigilia, y en su vagancia el insecto. Sólo que uno saca provecho de su luz, mientras el otro se tucsta aturdidamente en ella.
Hay dos modos de conocer París. Uno que comienza a las once de la noche, tomando por hito las haspas del Moulin Rouge, para rematar a las siete de la mañana, ahito de explotación desvergonzada, de lubricidad grosera, de vergüenza ante su propia estupidez, de tango, de champagne caro y mediocre; otro que empieza a las ocho de la mañana, constituyendo la jornada habitual de todo hombre laborioso. Añadiré que es este el de los grandes y profundos encantos.
En París y en todas partes, no hay compañero como el sol.
Imposible capitular con el vicio; no porque Dios o las conveniencias sociales lo manden, sino porque aquél, como todo abuso de la vida, atenta contra la vida misma. En este concepto inconmovible y verdaderamente humano de la moral, concilianse todas las opiniones. El vicio es malo, no en virtud de mandamientos divinos y de las leyes humanas, sino porque sacrifica a una actividad parcial de la vida toda esta compleja función, engendrando con el exceso de placeres materiales, enfermedad, miseria, ruina, embrutecimiento, cobardía, esterilidad.
El estado de matrimonio exige un pudor todavía más intransigente que el de la virginidad; pues si la soltera no compromete más que a su persona, la esposa mancha cuando falta, a su marido y sus hijos.
Ahora bien: el pudor es virtud de tal naturaleza, que nunca queda enteramente ileso al contacto voluntario de la infamia. No discuto, por ejemplo, la integridad corporal de las esposas, que frecuentan un teatro consagrado a la glorificación del adulterio; pero sé que sus almas, o sea lo más interesante en verdad, no pueden quedar tranquilas después de haber presenciado espectáculos semejantes y el hecho mismo de que los soporten por mal entendida vanagloria de culNada más necio y ridículo que esa pretensión de hacerse a París, frecuentando sus tabernas y sus mujerzuelas. Quienes asi proceden, sólo demuestran la Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.