14 EOS EOS 15 las flaquezas. como esta doctrina no era en él simple predicación, sino práctica y ejemplo, llevaba en sí una autoridad fortísima, insuperable, a que se rendía todo espíritu no cristalizado en el odio y en la intransigencia. Con ser soberana su intelectualidad y vasta y profunda su cultura, era fácil advertir que todo su valor en este punto, toda la superioridad que le reconocieron siempre los que en número incalculable acudían a su saber y a su consejo en momentos de crisis espiritual o en sus investigaciones científicas, derivaba del mismo fondo ético, cardinal en su modo de ser.
Como merced a él y viviendo conforme a él no podía concebir ninguna claudicación, ningún momento de flaqueza, la concesión más mínima al incumplimiento de los deberes, su juicio era siempre sereno, estaba por encima de las vacilaciones, de los desfallecimientos, de las entregas a la «impura realidad. y señalaba constantemente, sin vacilación, una ruta que para la mayoría de los hombres flota en el espacio de los ideales poco menos que inasequibles, a no ser en cier tos momentos y por un esfuerzo heroico. ese mismo principio ético es el que le daba también superioridad en las disciplinas científicas literarias que cultivaba, porque él se decía que su deber no era contentarse con un conocer superficial de las cosas, ni descansar en conclusiones precientíficas, engañando así a los que fían en nuestro trabajo y diligencia, ni sustituir la apreciación y el parecer personales al espectáculo libre de la realidad, ni deformar el espíritu ajeno por el prurito de reducirlo a nuestro módulo, ni aislarse en especialidades que seccionan el mundo y lo tabican (en vez de considerar el intimo lazo que liga todas las cosas y hace interdependientes todos los conocimientos. ni en fin, reservar para sí lo averiguado, en goce avariento de cosa propia y exclusiva, o menospreciar el concurso a; eno, por humilde que pueda parecer.
Por eso, porque tenía siempre presente la responsa bilidad enorme que pesa sobre el trabajador científico, como sobre cualquier otro trabajador, máxime si las circunstancias de la vida lo hacen maestro de otros (y quién no es maestro en algunas ocasiones de ella. don Francisco sabía las cosas que estudiaba me or que la mayoría de las gentes, que se contentan con lo indispensable y se cansan pronto del esfuerzo, en que él no cejaba jamás, penetrando hasta lo más hondo de los problemas y estimando que el averiguar de las cosas no acaba nunca. Porque sentía vivamente esa responsabilidad del maestro en cuyas manos está, en cierta medida, el porvenir de todos los espíritus que se confían a él, evitaba apagar la personalidad de sus discípulos en la uniformidad de una doctrina impuesta que mata toda iniciativa, an es bien se esforzaba en despertarla y avivarla, para que por sí propia caminase en la ciencia y en las relaciones humanas. Porque creía que la más fecunda especialilización, co indispensable para el progreso de la ciencia, ha de estar fecundada por una visión amplísima del conjunto de la realidad, a la vez que dirigía a sus discípulos hacia esa misma penetración honda de las cuestiones, que él practicaba, les impe lía que se encerrasen en la particularidad de su investigación, despreciando como inútil y disipador el resto del saber, mostrándoles en cambio la indestructible base de la cultura enciclopédica.
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