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EOS En 2 Giner de los Ríos Giner y sus discípulos Id 11 Acaba de morir uno de esos hombres extraordinarios en quienes, de tiempo en tiempo, condensa la humanidad los más puros y admirables triunfos de su ascensión penosa hacia la bondad, el desinterés y el culto de lo verdadero. Cada país da esa condensación según conviene a las notas fundamentales de su espíritu, a lo que en el proceso de su historia fué destilando y condensando como lo más genuino y propio de su personalidad; y así son ellos, a la vez que modelos humanos, hombres representatives de la individualidad de su pueblo, en lo que cada uno puede ofrecer de más alto y aprovechable para la obra común de civilización.
Don Francisco (no me resuelvo a llamarle sino como le llamábamos siempre los que gozamos de su intimidad) ha sido ese hombre para España en la segunda mitad del at rmentado siglo xix y el comienzo del desconcertante siglo xx. Para encontrarle alguien que se le parezca entre nosotros (en esa necesidad de las explicaciones por comparación, tan claras para la mayoría de los hombres. sería preciso dar un gran salto atrás hasta encontrarse con Jovellanos, con quien, en efecto, tuvo semejanzas morales e intelectuales, más de aquellas que de éstas, no obstante los muy diferentes órdenes de vida en que uno y otro actuaron. Este paralelo es, por de contado, muy parcial; no cabe darlo por exacto sino en algunos particulares de las dos personas comparadas, y realmente sólo se puede sostener su pertinencia pensando en la impresión general de honradez, de dulzura, de sano patriotismo, que surge de la figura de Jovellanos. Pero en cuanto se quiere precisar y detallar en punto a la modalidad misma de esas cualidades, la semejanza va desvaneciéndose, como la diferencia de tiempos haría pensar a priori.
Me importa, sin embargo, mantenerla, para conducir con alguna facilidad al conocimiento de lo que era don Francisco, cosa que tal vez por otros procedimientos de explicación resultase sólo comprensible para quienes ya lo conocían. Esa nota moral que coloco en primer término, lo define en lo que había en él de más substancial y propio. En efecto, no era don Francisco, ante todo y sobre todo como quizá muchos piensen, entre ellos no pocos de sus colegas profesionales un profesor más o menos sabio, un pensador más o menos profundo, un hombre de varia e intensa cultura.
Todo esto, con tenerlo en gran medida, no estaba, dentro de su personalidad, en primer plano. Superior a la mayoría de sus contemporáneos en esas cosas, no eran ellas lo superior en su espíritu. Por eso no cabe clasificarlo entre los «intelectuales. palabra que hoy se emplea a troche y moche para designar cosas diferentes de las que corresponden a su natural significación, desconocida para la mayoría de quienes la usan Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.