simples. Si un médico desea que su paciente tome un polvo de sal, sabe muy bien que el enfermo no se sentirſa satisfecho de pagar un alto precio por receta tan sencilla, y por consiguiente hace uso de signos quirománticos que representan cloruro de sodio, disponiendo que su cliente haga preparar la receta en alguna botica abierta toda la noche, donde el empleado le cobra setenta centavos un dólar.
La transacción entera reviste tal misterio y gravedad como si la receta fuera alguna panacea celestial, cono.
cida únicamente por el médico y, a todo evento, por un par de monarcas.
Ningún médico dirá de buena gana los ingredientes que contiene el frasco de medicina que ha recetado, y trata por el contrario de hacer percibir la idea. No lo comprendería usted aunque se lo dijera. Va úno a buscar al médico por caso de urticaria, y el galeno se muestra tan grave que el paciente se pregunta si llegará a salir con bien del paso. Luégo, transcurrida una se.
mana o algo así, cuando la enfermedad ha seguido su curso natural y el pa.
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