ando inn de las edad de tras, que nuestra se apequímica.
asen, no hombres dos para cos, sino nuestra de la que debe ulso que hombre bueno por el hombre bueno.
Esta extensión del interés de cada cual más allá de los límites de su propio sér, esta capacidad de ponerse en lu.
gar de otro, es el signo descollante de nuestro progreso. Tanto nos enorgullecemos de haber roto con la vieja adustez puritana, la cual a menudo confundía la crueldad con la rectitud, que hasta vacilamos en expresar nuestras dudas. Sin embargo, hay razón para temer este extremo; quizá tanta como para temer el opuesto.
Todos los grandes dones envuelven peligros. La simpatía es casi lo más bello del mundo, pero también lo más peligroso, y debe guardarse con oraciones y ayunos y examen de conciencia.
Toda altura tiene sus azares, y quien la corona debe tener siempre presente la profundidad a que puede caer. Cuan.
to mayor sea la altura, tanto mayor será la caída, y aquel supremo atributo del hombre lleva en sí amenaza suprema. Los corazones de los grandes santos laten al unísono en grande armonía; pero la simpatía mutua, la lealtad mutua, son también rasgos descollantes de los ladrones. Todas las abrien.
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e nuevo del prólimiento dencia a limitada ma. Por una dos por ede por fábricas; trabajamarada, aun del 473 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica