uciostro uenndes abo relos lą ntos ntables la Osto раnte ana nanos аа nto que ble do.
íalaquiera le disgusta esto. Piensa úno que el alemán tiene un hígado tan sensible como el nuestro, que tal vez es un muchacho decente, serio, bieu intencionado, que quizá tiene su mujer y sus hijos que necesitan de él, que úno va mandarlo a comparecer ante Dios sin que tenga el alma preparada para ello. Pero, válganos Cristo, muy pronto se pierde toda esta clase de remilgos. Nuestra alma se alimenta con carne cruda, y el sargento nos estimula en este camino. Al poco tiempo nos hemos olvidado de los nervios, el hígado, la mujer, los hijos y el alma inmortal del alemán, y el simple saco se convierte en un verdadero alemán.
Se pierden todos los escrúpulos. Sí; pero son precisamente esos «escrúpulos. el reconocimiento de que nuestro contendor es también un hombre, los que forman la religión, la fraternidad, la moral y la civilización. no es sólo la vida del alemán la que pierde su valor. La nuestra vale poco. Suponed que del cuartel general salen siete individuos para el campo de preparación: un director de banco, Col. al229 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica.