ía hacer pues senor todo bligado a aradería, ses; pero aparezca ñales de manente después demasiale la ralas trinse en las as nume.
tre obrela creenroducido dos, pues los oficios eclesiásticos no ofrecen suficiente incentivo, y hoy en día se necesita uno poderoso para que nos interesemos en algo. Mucho más grave resulta no ser Dios la causa por la cual reconocemos haber combatido, y ahora que ya no estamos en el ejército, no nos sentimos muy seguros acerca de esa causa. El destino ciego que nos congregó y lanzó a la matanza no fué ciertamente la voluntad de Dios. Todo pasó como en una empresa inútil y desatinada, como si el mun.
do entero se hubiera venido abajo.
No fué la mano de Dios la que nos guió. Ni estamos muy seguros de que exista un Dios. Sin embargo, creemos en el destino y hemos aprendido a resignarnos ante sus decisiones, pero mo.
fándonos de él.
En la vida del ejército, en tiempo de guerra, alternan los períodos relativamente largos de aburrimiento los períodos cortos de excitación intensa.
Se cansa úno de estar inactivo, y, luego, de pronto, vive toda una vida intensísima en el espacio de pocas horas. Por eso resulta difícil acostumbrarse de nuevo a la vida civil.
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