con sus mismas armas. No les importaba tanto obtener una victoria nacio.
nal, ni aun la restauración de Bélgica, como salvar a toda la humanidad, in: clusive los alemanes, del azote del militarismo.
Había muchos otros que no creían en la justicia de la guerra. El pacifismo estaba mucho más difundido en Inglaterra, antes de la guerra, de lo que podría indicar el número de los que se oponían por escrúpulos de conciencia. Por supuesto que mucho de ese pacifismo era de una clase algo despreciable, que sucumbió, aunque rebeldemente, a las primeras medidas de coacción. Mas esto no es todo. Uno de los fenómenos más extraordinarios de la guerra es el enorme número de pacifistas conscientes que, conservan.
do hasta el fin su reprobación de la guerra, se alistaron, no por la fuerza, sino por impulsos que podrían propiamente llamarse morales.
Dos fueron tales móviles: uno, la convicción de que todo hombre debía entrar en la hermandad del sufrimiento. Tales individuos no podían soportar la idea de ver al mundo en agonía y perman mún. Podi que la gu decer tan demás pa exaltado terminaroi dir de su parece alſ do en una con el coi la guerra, lor del penalidade oponiéndo guerra y no menos sobrelleva que se ne por ser fi demos me partido hi ra ellos. fícil.
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