Porque en verdad aquellas fastuosas ceremonias con que años atrás se ro.
deaba la inauguración de las Cámaras, han desaparecido. Del Palacio presiden.
cial a la plaza mayor el mismo cordón de soldados de antaño uniformados con trajes de parada, los mismos oficiales enfundados en sus levitas germanas, el mismo cortejo oficial, pero todo frío, sin brillo, sin calor. Ya ni los chiquillos alborotados ni traviesos ocupan sus ocios en detenerse para ver pasar la comitiva, y los hombres en quienes la reflexión ha nacido, apenas si miran de lejos todo aquello con un gesto des.
pectivo y aligeran el paso.
Nada que en nuestro ánimo pesara tanto para impulsarnos a desear ser dueños de una credencial como el aparato entusiasta con que antes inauguraba sus labores el Parlamento. Por entre apretadas filas de ciudadanos que pugnaban por no perder detalle alguno, desfilaban serios, importantes, majestuosos, los varones ilustres a quie.
nes la Patria confería el más noble y delicado mandato. Las dianas con que se saludaba el paso de la bandera re: percutian marcialmente como un canto 494 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.