Quijote y la Iliada, son hoy a no ser para los comentaristas y para espíri.
tus exquisitamente literarios. volúmenes, decorativos. La multitud conoce apenas a Hamlet por verlo costantemente en oleografías, entre la nieve de un cementerio, con la calavera de Yorick en la mano. Fausto escaparía de nuestra memoria si no se nos presentase to.
das las noches ante unas luces a contarnos los anhelos de su vasta alma, al són de violoncelos, en arias y valses que arrullan la melancolía de las mujeres.
Una cosa, sin embargo, queda de los grandes genios: el contorno legendario de su personalidad. Es como un retrato moral que se fija en la imagi.
nación, y que se va reproduciendo al través de los tiempos; así vemos perpetuamente a Dante en sus largas vestiduras fúnebres, lívido y siniestro, contemplado con terror en las calles, como quien volvió del Infierno. esa imagen material torna al hombre de genio tanto más amado, cuanto que simboliza la actitud moral que su espíritu tomaba en servicio de la humanidad: así veneramos la figura de Voltaire, que invariablemente se nos aparece en su pol.
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