se tro ideal de belleza y nuestro gusto variau incesantemente. cómo hemos de pretender que el ánimo del alumno es dispuesto siempre de la misma manera que el nuestro para la apreciación de obras que no dirigen a la inteligencia que entonces, sí, podrían ser objeto de juicios uniformes, sino al sentimiento, variable hasta lo infinito de individuo a individuo?
Frente a una obra de arte, nuestra alma es como un arpa eólica acariciada por la brisa, que se estremece y vibra. Sólo que no hay dos arpas igualmente acordadas y templadas.
No prevengamos demasiado al alumno en favor o en contra de la obra cuya lectura aconsejamos o imponemos. No le anticipemos nuestro juicio. Que él sea su crítico, y si criticar es, como dice France, pasear el alma propia por el alma ajena, que él nos de las impresiones que su alma haya recogido en la grata incursión. Incurrirá fácilmente en error de apreciación, pero ese error será el suyo y vale más ese orror suyo, como con tanta verdad apunta el señor Nelson, porque es producto exclusivo y espontáneo del ejercicio de sus propias facultades, que el certero juicio. certero siempre. que le da ya hecho y adobado el profesor o el libro de texto. Para desvanecer ese error de apreciación en que pueda caer el alumno, está el profesor; pero nunca para exigir que el alumno sienta como él siente la obra leida y analizada.
Más de una vez he pretendido, proca.
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