contraran dificultades para dominarla debieran abandonar la carrera del magisterio.
La afición a la lectura (y ahora vuelvo a considerar la lectura en su esencia y no en su mecanismo) la despertará en breve tiempo el profesor si es un lector consumado.
Yo he visto a toda una clase, estática, pen.
diente de los labios del profesor que leia con todo arte una composición poética que los alumnos ya. conocían, pero cuya belleza no se les habia revelado hasta ese momento.
Luego comprobé que los alumnos se interesaron en conocer las demás obras del autor.
Debo a don Juan José García Velloso mi afición a los clásicos españoles y, por ende, muchos gratos momentos. Cómo leia a Garcilaso! Lo estoy oyendo: Flérida para wi dulce y sabrosa más que la fruta del cercado ajeno. Cada palabra, en sus labios, se abría como una flor. Lo oíamos con los cinco sentidos, a pesar de que las obras que nos leia se referían a cosas lejanas e ignoradas de nosotros, expresadas en un lenguaje que, puede decirse, no era el nuestro.
Pero para que el alumno sienta y comprenda ciertas composiciones poéticas aquellas puramente imaginativas, el profesor debe abstenerse de explicarlas menudamente.
Esta afirmación parece un tanto contradictoria y voy a aclararla.
Dice Anatole Franco, el gran escritor para quien la ironia es un dón del cielo que nos permite reir de lo malo y de lo feo y gracias al cual podemos alejar de 239 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.