impostura. Pero qué impudencia todavía por parte de nuestros empíricos sagrados!
No puedo recordar sin risa y sin desprecio el edicto en que me excomulgaron, a mí y a todo mi ejército, los gobernadores del arzobispado de Bogotá, doctores Pey y Duquesne, el día de diciembre del año 14, afirmando que yo venía a saquear las igle.
sias, a perseguir a los sacerdotes, a destruir la religión, a violar las vírgenes y a degollar a los hombres y a los niños, y todo es.
to para retractarlo públicamente con otro edicto, en el que, en lugar de pintarme co.
mo impío y hereje, como lo habían hecho en el primero, confesaban que yo era un buen fiel católico. Qué farsa tan ridícula y qué lección para los pueblos! Nueve o diez días de intervalo hubo entre aquellos dos edictos. El primero se dió porque marcbaba sobre Bogotá por orden del Congreso general, y el segundo, porque había entrado victorioso en aquella capital. Nuestros sacerdotes tienen todavía el mismo espíritu, pero el efecto de las excomuniones es nulo ahora; las fulminan sin otro resultado que el de aumentar su ridículo, mostrar su impotencia y aumentar cada día el desprecio que merecen.
El Libertador prosiguió diciendo que todo esto lo decía como pensador y que tales 16 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica