que recibía aquellas ovaciones, el último grado de las aspiraciones humanas, el supremo deseo y la suprema ambición del hombre. La corona que se puso Napoleón sobre su cabeza la miré como una cosa mi.
serable y de moda gótica; lo que me pareció grande fué la aclamación universal y el interés que inspiraba su persona. Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavitud de mi país y en la gloria que conquistaría el que le libertase; pero ¡cúan lejos me hallaba de imaginar que tal fortuna me aguardaba! Más tarde síempecé a lisonjearme de que un día podría yo cooperar a su libertad, pero no que representaría el primer papel en aquel grande acontecimiento. Sin la muerte de mi mujer no hubiera hecho mi segundo viaje a Europa, y es de crerse que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que adquirí en mis viajes, y en América no hubiera formado aquella experiencia, ni hecho aquel estudio del mun.
do, de los hombres y de las cosas que tanto me ha servido en todo el curso de mi carre.
ra política. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política, y me hizo seguir después el carro de Marte en lugar de seguir el arado de Ceres.
Vean, pues, ustedes, si ha influído o no sobre mi suerte.
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