tan pronto, que no otra cosa debió la salvación de la vida en el Rincón de los Toros.
En el alcance de la vista y en lo fino del oído no le aventajaban ni los llaneros. Era diestro en el manejo de las armas y diestrísimo y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo. Apasionado por los caballos, inspeccionaba personalmente su cuido, y en campaña o en la ciudad, visitaba varias veces al día las caballerizas.
Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos los días, y en las tierras calientes hasta tres veces al día.
Detestaba a los borrachos y a los jugadores, pero más que a éstos a los chismosos y embusteros. Era tan leal y caballeroso, que no permitía que en su presencia se ha blase mal de otros. La amistad era para él sagrada. Confiado como nadie, si descubría engaño o falsía, no perdonaba al que de su confianza hubiese abusado.
Su generosidad rayaba en lo pródigo.
No sólo daba cuanto tenía suyo, sino que se endeudaba para servir a los demás. Pródigo con lo propio, era casi mezquino con los caudales públicos, Pudo alguna vez dar oídos a la lisonja, pero le indignaba la adulación.
Hablaba mucho y bien; poseía el raro dón de la conversación y gustaba de referir Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica