aguda sensibilidad para las injusticias y su atrevida adopción del nuevo pensamiento y de los nuevos ideales, prepara la vía del progreso, que es la ley de la vida. Naturalmente, nadie olvida los errores del espíritu conservador ni del espíritu radical. El uno necesita del otro.
Cada uno es un peligro positivo sin el otro. Ambos van en persecución de la verdad, pero difieren en su concepto de la verdad y en la manera de buscarla.
Los méritos y los errores de ambos, sus limitaciones, conflictos, derrotas y victorias tienen un lugar en los planes cósmicos de la naturaleza. La discreción presente y no la pasada es lo que puede asegurar al espíritu conservador aquella fe que las multitudes insisten en dedicar a alguna cosa. Por abora, parece trinn.
far el espíritu moderado radical. Quizá el hecho de que nuestro jefe ejecutivo se haya calificado a sí mismo de «conservador activo. implica la esperanza, si no la promesa, de que el espíritu na.
cional conservador cumplirá su deber frente a nuestros problemas actuales, en vez de obligar a la confiada multitud a poner sus esperanzas en aquel radicalismo destructor del mundo.
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