La Iglesia, al fin y al cabo, sentiría re.
mordimiento de sus faltas y sus inepcias al ver que los hombres que ella bautizó, que educó con sus oraciones y que ella ha dirigido, cuando huyen de sı lado por no encontrar en ella la bondad, no saben tampoco por donde ésta anda. Lo angustioso es que el caso se repita en otros extremos. Mirad. El cronista ha escuchado, sentado en esta misma mesa donde escribe, los gritos de ira, las quejas de muchos obreros: obreros del campo y obreros de la ciudad.
Todos se quejaban de las muchas horas de trabajo, del poco jornal. Con las quejas ha escuchado nobles afanes de comprar libros si hubiese dinero para comprarlos y tiempo para leerlos. Pero estos saludables afanes han sido excep.
ción. La mayoría no soñaba sino en esta libertad que le pudiese dar menor trabajo y mayor renta, para pasar más horas en el café, para gastar más en el café. Nada de una inquietud cordial; nada de un estímulo sano; nada de una instrucción más completa; nada de pensar en un mejor colegio para los hijos, en un pan nás tierno sobre la mesa, en un hogar con más sol y más 311 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.