bién discusiones interminables que a nada conducen porque en realidad no ha habido cooperación. Uno se felicita de la oportunidad de airear sus prejuicios. Al de más allá le agrada oirse hablar. El replicante se imagina estar en un torneo; mientras otro no sabe una palabra del asunto, pero despliega, sin embargo, toda su versatilidad. Si alguno de los miembros carece de respeto por los demás, de buena educación o de un amor por la verdad superior al amor propio, la discusión se convierte en fuegos de artificio, en juego de palabras o en monólogo.
La discusión escrita o impresa elimina el factor personal, figura, voz, ademanes, etc. que en la discusión oral resulta a menudo un escollo para el razonamiento concertado. De otro lado, no excita tanto la ima.
ginación, de manera que los contrincantes pueden quizá echar de menos contienda más reñida. Los sofismas, la poca sinceri.
dad y la pretensión no se desenmascaran tan pronto como en los discursos orales. Cuánto ha desmerecido en la opinión la discusión sistematizada como instrumento para descubrir la verdad! Recordad el intenso interés que despertaban los debates teológicos y metafísicos en la Alejandría cristiana, en Antioquía y en Bizancio! En 261 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.