sol naciente; ni va tampoco a las islas encantadas de Grecia, donde la diosa de los dedos de rosa vierte lágrimas y hace brotar flores odoríferas. Nada de eso: él se queda en Londres para ver la aurora tal como pudiéramos contemplarla en París al salir de un baile prolongado.
Nos recordáis los irritantes versos en que Swift nos pinta a los barrenderos en las calles, a los corchetes en acecho, y el movimiento y gritos de las plazas de mercado. No suele además, si llueve, brindarnos el espectáculo de arroyos que salen de madre, de gatos muertos, de hojas de berza, de peces podridos, confusamente mezclados entre el fango? La poesía así no sólo se arrastra hasta el lodazal sino hasta el estercolero. Estamos muy apartados de Homero, pero. ay. muy cerca de nuestros tiempos! EL NATURALISMO desatentado que no inquiere, como Hamlet, del sepulturero, el secreto de la vida, sino que va a buscarlo en el albañal; el acento fúnebre que nos revela el odio de Swift contra toda noble verdad, contra toda belleza, se derraman por sus obras como espuma llena de hiel.
240 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregon Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.