gilio, joven aún, cuando ya pensaba en la obra inmortal que debía sobrevivir a la misma Roma, desdeñaba tomar oiros modelos que no fuesen los que le ofrecía la naturaleza; pero todo bien pensado, vió que Homero y la naturaleza venían a ser idénticos. Los imitadores de Homero han podido decir mil simplezas, pero los fanáticos de la escuela naturalista, al invertir los términos, al posponer la parte moral a la fisica, pretenderán acaso que para apreciar la obra de un hombre es necesario conocer su biografía en sus rrás íntimos pormenores; saber si nació en un suelo calcáreo o de granito; si él o sus antepasados bebieron buenos vinos, cidra o cerveza; si comieron carnes, feces o leguinbres; y sostendrán, en fin, que hay que ir hasta escudriñar los secretos más tristes de su vida. No se acabaría así por dejar a un lado la crítica sensata y el método científico, para dar campo a las exigencias de una literatura fútil y de una vil curiosidad. Cómo puede ser eso? Tenemos aquí una obra admirable. será preciso con235 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.