traño, insólito, interrumpió la santa ceremonia e hirió de estupor la concurrencia. Un hombre se había levantado de entre la multitud de los fieles y lanzado el grito de apelación a la justicia y a la ley: Haró! El jaqui del Rey! del tiempo y del lugar, contra el acto que iba a consumarse. Todo quedó en suspenso y el irtruso fué interrogado.
Era Aselín, hijo de Arturo, hombre modesto cuyo nombre iba a ser inmortalizado por su loco empeño. Clérigos y obispos. gritó el osado interruptor. en el suelo que pisáis se asentaba en otro tiempo la casa de mi padre. El hombre por quien rogáis, simple duque de Normandía entonces, nos la arrebató a la fuerza, contra toda justicia, por un acto de su poder despótico, y fundó en su lugar esta abadía.
Yo no la he vendido, ni dado en prenda, ni la he perdido por sentencia judicial, ni jamás se la doné. Por consiguiente, yo reclamo este terreno, yo pido su restitución, y, en nombre de Dios, yo prohibo que el cuerpo del expoliador sea cubierto con el polvo de mi tierra y repose en el patrimonio de mis progenitores. 99 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y juventud, Costa Rica