racio graciosamente las voces de una len.
gua viva con las hojas de los árboles, concede al parecer grandísima preponderancia a la ley de las mudanzas. Es más: como que ya presentía el invierno que en breve despojaría a la lengua latina de sus galas.
No son extraños en Horacio aquel juicio extremado y este melancólico augurio, tratándose de una lengua que en pocos años se había realmente trasformado, y desenvolviéndose, llegado a un alto grado de perfección. Él literalmente, y como entre las manos, la había visto crecer.
Por otra parte, los estudios etimológicos de aquel tiempo estaban en mantillas, y la antigua filologia greco romana era a la moderna ciencia del lenguaje, lo mismo que los sueños astrológicos de otros siglos a la astronomía de los nuestros. Las lenguas que marchan sin orígenes conocidos, sin la luz con que lo pasado alumbra el camino de lo porvenir, son a la manera de hombres nuevos, que no tienen la guía y el freno de las tradiciones de familia: lánzanse con ſa.
cilidad por sendas peligrosas, que araso llevan a trances de nuerte. Horacio colocó el lenguaje en el número de las invenciones humanas, juzgándole por lo mismo perecedero. Mortalia facta peribunt. Desconocía que el lenguaje no es invención de Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica