jo intelectual no es apreciado en su verdadero valor por las clases populares. Cuanto a los hijos de las clases dirigentes, po porque se les haya obligado a cepillar, o a ejercitarse en el cartonado, estimarán más a los obreros. Además, dos o tres años de trabajo manual en la escuela, disponen mal a los niños para el aprendizaje real, pues equivocan su verdadero valor y se imaginan que ya saben algo. El amor del trabajo manual no tarda en desaparecer en casi todos.
Afirmo a mi vez, que allí donde parece desdeñarse al menestral, no es porque tra.
baje con sus manos, sino más bien por su limitada cultura. Que se le aumente la instrucción, que se extienda el horizonte de sus ideas, a fin de que pueda interesarse en las cosas exteriores al taller, y se habrá hecho cien veces más para elevar la consideración de que goza, que enseñando a toda la juventud a manejar el cartón, a encolar, acepillar, limar: en suma, ese cepillamien.
to al uso de los niños de gente rica, no es más que una nueva forma o variedad de hipocresía social; no tiene más valor que esas ceremonias donde un personaje de alto rango toma en público su cucharada de sopa de hospital, para abrir el apetito de los pobres enfermos.
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