do las virtudes fundamentales de los grandes caracteres: los dos fueron de una firmeza inconmovible en sus designios. Ninguno de los dos poseyó condiciones de gran estadista: Juárez, apático, y Rosas, activo, no crearon, porque a los dos les faltaba por igual esa chispa de la imaginación constructora que se llama genio político en los hombres de gobierno. El humildísimo indio mizteca y el gran señor de prosapia castellana, se igualaban en las aitas esferas del poder y de la autoridad por el don de mando que les distinguía como dueños absolutos de sí mismos y con personalidad suficiente para no tener iguales ni competidores en el prestigio de la autoridad.
Juárez fué arrebatado por la muerte al destino común de los que como él y como Rosas, ejercen un poder personal sin pautas institucionales. No sólo por esto, sino por otras razones, puede llamarse a Juá.
rez un afortunado de la Historia. Su epo.
peya se fundó con un dato que siendo fundamentalmente inferior en trascendencia al de Rosas, tuvo sin embargo el prestigio de una acción resonante, en que todos los hechos, los personajes y las mismas plumas que los describieron tenían el interés de la emoción admirativa.
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