dir su cetro por encima de la sociedad inerme contra los tiros asestados en la oscuridad. Las heridas a la reputación del individuo eran entonces mortales; pero al aparecer el diario, la prensa limó las garras al bandolerismo intelectual. Puede que tengan aún algunos clientes los profesionales del escándalo, como los habrá siempre de las más abyectas depravaciones de la sensualidad.
Pero esta especie de mercancía sólo mancha las manos de quien la fabrica y el espíritu de quie.
nes la consumen. La soberanía de los espadachines de la literatura ha concluído. Los hombres de bien los señalan con el dedo, y temen más sus elogios que sus injurias. Su simpatía ofende; sus ultrajes enaltecen.
Para concebir la altura hasta donde pueden llegar esos ultrajes, es preciso traer a la memoria los que hicieron apurar al patriarca de Norte Amé.
rica. Tales fueron ellos, que Washington declaraba preferir la muerte a continuar en el Gobierno.
Acusado de defraudar el Tesoro; puesto al nivel de los más vulgares traficantes, imputándole haber radicado la capital donde actualmente se halla, para aumentar el valor de sus bienes particulares de las orillas del Potomac, el primero de los americanos soportó insultos tales, que sólo aun Nerón, un criminal notorio, un ladrón vulgar» hubiera merecido. Cuando terminó su se.
gunda presidencia, los órganos de la oposición proclamaron esa fecha como «debiendo ser un jubileo para los Estados Unidos. Jamás nación alguna ha sido más prostituída por un hombre que la Nación americana por Washington. decía uno de ellos.
Desde entonces las oposiciones desbocadas y 44 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.