pertenecer a un pueblo, a una nación, y sin embargo, los que se consideran infamados al verse suplantados en su familia, en su casa, esos se dejan suplantar en el pueblo donde tienen su vida, donde tienen su trabajo, donde tienen las tumbas de sus padres, el porvenir de sus hijos y también la función política de la patria entera, sin la cual ¿qué sería de su pueblo, qué de su familia y de su persona? Calculad lo que pasará al humilde, al menesteroso que, al ser llamado a la vida pública, carece de aquella educación elemental para actuar, realmente, como ciudadano y decidme si es maravilla que, sujeto a toda inclemencia de la adversidad, sea dócil instrumento y presa fácil para la sugestión o la rapacidad de los agitadores más depravados.
Unos se abstienen de actuaciones políticas porque no confían en la eficacia de su intervención; otros echan la cuenta de que el escote que les llega del daño general pesa mucho menos que el sacrificio, el vejamen y la molestia de intervenir ellos en la cosa pública, y, de puro listos que creen ser, se abstienen; otros honrada y bonachonamente piensan que harto trabajo tienen en su casa con su familia y sus haciendas para irse a ocupar en las cosas de los demás. Todos yerran la cuenta y todos pueden enmendarla con mucha facilidad: con sólo abrir los ojos y ver cómo esas cosas privadas y personales, que ellos quieren anteponer y cuidar, se pierden por entero en un día impensado, por un error político, evitable quizá. No parece sino que el gran Maura estuviera leyendo en nuestra historia y diciendo las cosas de nuestro pueblo. Nosotros y nuestros padres dejamos «a los profesionales de la política des.
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