334 APUNTES En el comienzo de todas las ciencias lo imprevisto y la fortuna intervienen siempre. En un discurso, pronunciado en 1886, Bois Reymond decía: Hace 100 años, Galvani, en la azotea de su casa, vio unas ranas, suspendidas mediante arcos de cobre a una barandilla de hierro, contraerse por efecto del contacto de los dos metales. En presencia de los hilos telefónicos que atraviesan nuestras calles (y nosotros podriamos agregar: en presencia del alumbrado, del transporte de fuerzas, de los rayos X, etc. el hombre de ciencia se siente penetrar por un justo orgullo, reflexionando en lo que el genio y la industria han hecho salir de un germen tan oscuro y, en apariencia, tan insignificante; y se pregunta con Gherardi cuál habría sido la marcha de las cosas si aquella barandilla, en vez de ser de hierro, hubiera sido de piedra o de madera.
Con el tiempo, el campo del empirismo ha crecido. El hombre no se ha contentado con la observación o la experiencia fortuitas: por curiosidad, por necesidad o por espíritu de aventura, ha extendido sus ensayos; ha experimentado. El arsenal terapéutico de nuestros colegas de medicina, no ha sido constituido sino por esta experimentación. Montaigne, ese gran escéptico en materia médica, ha pintado con naturalidad cáustica el embarazo experimental del hombre mirando a su derredor el número infinito de cosas, plantas, animales, metales, no sabiendo dónde comenzar su ensayo y fijando su primera fantasía terapéutica en el cuerno de ciervo.