294 APUNTES me he negado siempre a pronunciar uno, salvo caso de fuerza mayor.
El que cerca de un ataúd, o en la inaugura.
ción de una estatua, en una recepción académi ca, en una fiesta, en un banquete, etc. dijera sinceramente, francamente, lo que piensa, por más retórica con que envolviera su pensamiento, sería desaprobado o vituperado.
Está pues obligado a mentir nueve veces sobre diez, sin que se pueda saber exactamente cuál es la vez en que ha sido sincero.
El discurso de negocios, a puertas cerradas, entre colegas, políticos, financistas, escritores, sabios, industriales, perfecto.
Pero desde que entra el público, hay efectos oratorios, hipocresía, charlatanismo y mentira. Estamos en 1902. La Humanidad no cesa de colmar de ho nores, después de la muerte, a las personas que ha dejado morir de hambre o a las que ha vl trajado durante su vida, y esta exaltación de los difuntos tiene dos razones.
La primera, es que ellos no incomodan ya a nadie.
La segunda, es que cuanto más se les en.
grandece, más fácil es empequeñecer a los vi