154 APUNTES credulidad infantil, de tanta ingenuidad como el de 1914. En aquel entonces el pueblo confiaba todavia, sin vacilar, en sus autoridades; en Austria, nadie se hublera atrevido a pensar que a sus ochenta y tres años de edad, el por todos respetado padre de la patria, el emperador Francisco José, hubiera podido llamar a su pueblo a la lucha sin que mediara una extrema necesidad, que hubiera podido requerir el sacrificio de sangre de su pueblo sin que enemigos perversos, ladinos, criminales, amenazaran la paz del imperio. Los alemanes, a su vez, habian leido los telegramas de su emperador al zar, mediante los que luchaba por la paz; un respeto enorme por los superiores. los ministros, los diplomáticos, y por su comprensión y su sinceridad, animaba todavia al hombre sencillo. Si estallaba la guerra, ello sólo podia ocurrir contra la voluntad de sus propios estadistas, ellos mismos no podian ser culpables, nadie en el pais tenia el menor asomo de culpa. Los criminales, los que azuzaban a la guerra debian hallarse, pues, en el país adversario; se empuñaba las armas en defensa propia frente a un enemigo malvado y taimado, que sin el menor motivo asaltaba a la pacifica Austria y a la pacifica Alemania. En 1939, en cambio, esa confienza cast religiosa en la honorabilidad o por lo menos en la capacidad del propio Gobierno, se había esfumado en casi toda Europa.
La diplomacla merecia un total menosprecio desde que se habla visto clonado en Versalles dera; los pueblos rec con cuánto descaro promesas del desarm cia secreta. En el fon a ningún estadista, y su destino. El más in se burlaba de Daladi.
recido desde la jorna time. toda confianz Chamberlain; en Ita miraban llenas de a. Adónde nos empu podía resistirse, esta los soldados tomaban marchar a sus hijos, la fe inquebrantable ble. Se obedecia, per Los hombres marchab ban con convertirse individuo, sabían ya o de la necedad hum del destino, incompre Y, además. qué sa grandes masas, al cat No la conocian, apen en ella. Era una leye