356 APUNTES velas de guerra, creo han sido escritas por pacíficos ciudadanos, lejos del fuego de los cañones. Autores que se deleitan haciendo asistir a sus lectores a se.
xuales orgias, suelen ser actores muy indiferentes en semejantes escenas. Personalmente, no conozco más que una excepción a esta regla; Guy de Maupassant, y por tales excesos le he visto morir. La Laïcisation des Hôpitaux no había llegado aún a ser la ardiente demanda del día, y aún no había salido el grito de: Abajo los curas! Abajo el Crucifijo. Fuéra las monjas! Luégo las vi partir a to.
das, y fue una lástima. Talvez tuvieran sus defectos.
Quizás tratasen más con el rosario que con el cepillo de las uñas; acaso estuvieran más acostumbradas a sumergir los dedos en agua bendita que en la solución de ácido fénico, a la sazón el omnipotente desinfectante de nuestras salas de cirugia, después reemplazado por otro; pero eran tan cándidos sus pensamientos, tan puros sus corazones, tan comple.
tamente dedicada su vida al trabajo, sin pedir más recompensa que el permiso de rezar por los que les eran confiados! Ni aun sus peores enemigos se atrevían a desconocer su abnegación ni su infinita paciencia. La gente decía que las monjas cumplían su misión con cara triste y sombría, que sus pensamientos se encaminaban más a la salvación del alma que a la del cuerpo, que tenían en los labios más pala.