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del teatro. No tenía nada que envidiar a la más es.
merada iluminación de gas hidrójeno. las nueve de la noche, el local de que veni.
mos hablando parecía un lugar fantástico, un conjunto de encantos de bellezas que arrobaban el espíritu, que trasportaban al espectador al mundo de la fantasía donde moran las hadas, las huríes las diosas.
El salón de la platea se veía rodeado por ambos lados de verdaderos ánjeles. Rostros preciosos, ojos celestiales, brazos torneados. formas mórbidas voluptuosas; trajes fantásticos del más esquisito gusto moderno; mezquinos piececitos aprisionados por el raso; manos diminutas torneadas, acusadas por el delicado guante blanco; cabezas hermosísimas virji.
nales, acariciadas por las flores los adornos embria.
gadores de arte; senos turjentes tímidamente iniciados por un escote honesto hechicero, todos esos encantos que han hecho de la mujer la reina de la creación, la diosa de la hermosura el orgullo el embeleso del hombre se disputaban en aquel recinto trasformado en un verdadero edén. Los palcos presentaban un golpe de vista no menos hermoso: se veían atestados de rostros anjelicales, que parecian esmerados en du.
plicar el encanto de aquella mansión de delicias, de arrobamiento aun de amor; si, de ese amor que en la sociedad ha hecho el bien y la bendición del mundo, las 15 de la noche diversas parejas empe.
zaron a invadir el salón en agradable majestuoso