133 APUNTES Cierto día, aquella forzosa quietud llegó a parecerle intolerable: era preciso que se levantase pronto, o acabaría por volverse loco. Este vehemente deseo, que subsistía cuando, al llegar la noche, se quedó nuestro hombre dormido, lo habría despertado sin duda, a no ser por el ensueño durante el cual daba un paseo de varios kilómetros por la orilla de un río. Hé aquí a don Juan Rico, importante hombre de negocios, a quien su nuevo jefe de contabilidad, por echárselas de sabihondo, le ha causado una jaqueca diciéndole que sus libros de cuentas son una Babilonia. Por la noche, don Juan se halla aún tan incomodado y nervioso, que con dificultad logra dormirse, y está en peligro de que su inquietud le interrumpa el sueño y le prive del reposo. Pero el ensueño viene a salvarlo, llevándolo a su oficina y mostrándole un espectáculo que al punto lo tranquiliza. Sí; el contabilista está aún allí, pero lleva traje desaliñado de muchacho de escuela, le han puesto en la cabeza un gorro de payaso, que pregona su imbecilidad, y sonríe estúpidamente, cuando, después de infinito forcejeo, logra hacer arrancar el triciclo de chiquillo en que está sentado. Hombre, dice el ensueño al apaciguado don Juan, isi este tal contabilista no es más que un mentecato. Qué te importa lo que diga?
Ríete de él y sigue durmiendo. Casi todo el que ha sido estudiante, General. Direte BIBLIOTECA