APUNTES 411 tura, cuando entró un corpulento y rubio señor, a quien por el pergenio y el acento tuvieron y diputaron por alemán, y lo era efectivamente, En ese tiempo estaba la otra guerra europea en toda su fuerza, y Soto Borda, apenas se enteró de que el recién llegado era un germano, vio el cielo abierto y, como siguiendo una conversación, le dijo a su conopañero, después de guiñarle el ojo. Según iba diciéndote, Pacho, no hay una nación como Alemania. Qué fuerza! Qué pueblo. Qué sabios. Qué filósofos. Qué poetas! siguió haciendo la apología de Alemania.
En la conversación salieron a relucir las viejas catedrales que se reflejan en las aguas del Rhin legendario; Berlin, con su paseo de los Tilos; Nurenberg, con sus fábricas de juguetes; La vieja Colonia, donde los estudiantes acantan baladas beben cerveza. el hada Loreley, que peina sus cabellos rubios sobre la roca abrupta y atrae con sus cantos sortilégicos a los pescadores. la soñadora virgen de la crilla que el corazón inflama del guerrero. las pensativas rebecas germanas que llenan sus cántarus rojos en las pozas de las plazoletas; la luna de Beethoven, apacible e imsomne, a cuyo fulgor tejen sus danzas los nixos de la rivera.
Todo lo que Soto Borda sabía de Alemania lo vació en los oídos de Restrepo Gómez y del rubicundo teutón, que escuchaba encantado. Por fin éste no pudo contenerse, se levantó de su mesa y se acercó a los dos vates,