320 APUNTES mercaderes cerraban sus tiendas; salían las muchachas de paseo y cruzaban en grupos, delante de la casa, el puente de piedra. Por encima de los tejados, las cercanas praderas mostraban su verdor novel, dorado por el sol poniente. El sonido de las esquilas de los rebaños se confundía con el de las campanas del convento vecino.
El maestro Luis Vives, con ojos graves, serenos, se despedía de la ciudad y del mundo.
En aquella hora la fiebre había bajado y los dolores de la gota le dejaban tranquilo. Una melancólica dulzura de atardecer le envolvía, Aquella plácida ciudad, Brujas, era ya como otra patria para él. Nec aliter hanc nomino quam patriam. Se acordaba de que fue allí donde mucho tiempo atrás, siendo él un mozo, conoció en el hogar de sus paisanos los Valldaura a una niña de ocho años, Margarita, criatura encantadora que fue su primera discípula. La niñita aquella era ahora la esposa solícita que andaba por la habitación preparándole el lecho para el nocturno reposo. Quizás sería ya el reposo definitivo. dejándose llevar de los recuerdos, hallaba Vives que Brujas tenía cierta amable semejanza con su natal Valencia, la Valencia de las naranjas de oro y el mar azul, que desde la adolescencia no había visto y que ¡ay! ya nunca volvería a ver. Los ojos se le llenaban de lá.
grimas.
Pero el filósofo debía dejar la vida sin una