294 APUNTES Todo se acaba, menos la verdad. Es lo único que vale la pena de ser perseguido. Sólo ella nos hace felices. Quien cultiva su inteligencia da prueba de haber comprendido lo que es el fin supremo de la vida.
Hay declaraciones que tienen especial valor cuando las hace un hombre mayor de setenta años. Voy a hacer una con absoluta sinceridad.
Se trata de religión. En contra de una afirmación muy corriente, debo confesar que la religión no fue nunca para mí motivo de gozo o de censuelo: antes de los 16 años fui creyente con fervor; pero la religión fue para mí un tormento, nada menos y nada más; tormento que no me ha hecho pizca de falta en el resto de mi existencia.
De niño, sorprendí una vez a mi madre diciéndole que a mí me parecía que la religión era como la música, que no empeora ni mejora a las gentes. Seguramente que la idea no era mía; pero su certeza se me ha venido confirmando con los años. mí no me extraña lo que me refiere una vecina, de un sacerdote español muy ilustrado: