A PUNTES 125 El no supo el camino por do el carro lanzaste de la guerra, que de Orinoco al Potosí argentino impetuoso vino, temblar haciendo en derredor la tierra.
Ni sordos atambores oyó, ni en las abiertas capitales entrar vió tus banderas tricolores bajo lluvia de flores y al estruendo de músicas marciales.
Ni a sus ojos te ofreces cuando, nuevo Reinaldo, a ti te olvidas, y el hechizante filtro, hasta las heces bebiendo, te adormeces del Rimac en las márgenes floridas.
No en raptos de heroísmo, no en vértigo de triunfos y esplendores admiro tu grandeza. El a ti mismo te buscó en el abismo de recónditas luchas y dolores.
Te vió, si adolescente, ya en el silencio de la gran ruina que Roma encierra, apacentar tu mente, la soñadora frente doblada al peso de misión divina; retando a las Españas, de América inflamar el seno inerte con grito que conmueve las montañas; solo, en playas extrañas, o entre escombros hundido, engrandecerte: