112 APUNTES aquí el hombre es casto y egoísta. ellas se entregan a sus ensueños, junto a esos seres absortos; se emborrachan al lado de esos fumadores de opio. Poco a poco la vibración orquestal penetra en ellas, removiendo el amor en sus pobres organismos; y a veces úno casi se asusta al verlas, hasta tal punto parecen entregarse por completo, hasta tal punto el abandono distiende sus miembros, mientras que una vaga sonrisa ilumina sus rostros ojerosos; pero al cabo se advierte que no ven. Se entregan a un amante inexpresable, que nunca encontrarán.
La electricidad nerviosa envuelve a esa gente.
Un hilo invisible la une a batuta del director, quien hace mover a su antojo todos aquellos títeres, como hace mover con una mirada, con un gesto imperceptible de los dedos, las masas orquestales, que se desencadenan y apaciguan al instante. qué bella es esa potencia matemática, esa obediencia absoluta al ritmo supremo, del que a su vez ese hombre no es más que el esclavo! Porque él sólo obra según le ordenan los signos negros de la partitura, tal como lo quiso otro hombre que muchas veces no es sino un puñado de cenizas, guardado en un rincón de tierra desconocido. Jamás déspota alguno fue obedecido con tal fervor, con tan absoluto renunciamiento de la multitud, y este es el secreto más asombroso de la música y lo que hace de ella algo más que un arte: una fuerza de la