APUNTES 89 Ese ir y venir de Murillo, ese no estarse quieto, ese reír de la vida, ese amor por el arte, ese andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, fueron parte para que hace unos treinta años las gentes lo creyeran tocado de locura, o al menos monomaníaco, pues entonces, como hoy, el inteligente artista preconizaba y proclamaba las excelencias de la música colombiana y la obligación en que estamos los colombianos de apreciar y cultivar nuestra música, por encima de las notas que nos llegan de allende como conservas en lata.
Hallábase Murillo veraneando en Tocaima, en el año de 1921 y, como siempre, andaba a la husma de temas colombianos para sus bellisimas composiciones musicales.
El de diciembre de ese año estaba en una barbería, con su amigo el honorable caballero don Jorge Sánchez Núñez, realzando sus encantos físicos por medio de las tijeras y la navaja, cuando de antuvión sonó en la calle una canción, muy común en aquellos tiempos: Van cantando por la sierra con honda melancolía; son los cantos de mi tierra cuando va muriendo el día.
Emilio, con peligro de su integridad facial, se levantó galvánicamente y corrió desalado a