42 APUNTES periódicos, y cuyos nombres sólo de tiempo en tiempo aparecían, en la crónica de las academias o en las reseñas de los libros, escondidos al final de una columna de las planas muertas del diario.
Estos hombres eran don Francisco y don Marcelino.
Al hundirse el imperio español y renacer el alma hispánica es decir, en los años en que la carta fue escrita se dibujaban claramente las dos corrientes directrices de la nueva hispanidad.
Una, la que trata de anclar los restos de la nave desmantelada en el puerto glorioso del pasado; otra, la que quisiera alzar velas nuevas sobre los restos de la arboladura y dirigir el navío, enjovencido, hacia el porvenir. Menéndez y Pelayo era la tradición, hecha dignidad y eficacia, y no sólo herrumbre; Giner de los Ríos, la esperanza hecha método y energía y no sólo quimera.
Refundida en los moldes viejos o modelada en formas originales, los dos querían lo mismo: una España nueva y grande. Pero, en la vida, lo que une o desune no son los propósitos, sino los métodos; las formas y no la substancia. bajo las pugnas espectaculares de los partidos políticos, bajo sus batallas y sus convenios de paz, se establece, sordo, duro, perpetuo, sin desmayos, el gran antagonismo entre las huestes que representaba don Marcelino y las que don Francisco conducía. Lo demás, es mentira. Cas