APUNTES APUNTES 405 os, después de absueltos por el Dios que edicó: Amaos los unos a los otros. al era la crueldad de los jefes cristinos.
mandaba quemar toda casa que hubiese Don Carlos, aunque el propietario de hubiera podido rehusarla por miedo a Elado. Cuando algún desdichado alcalde una orden de requisición de víveres y a dar cumplimiento a ella, por haberse do los carlistas, se le pasaba por las argual suerte le aguardaba si no informaba movimiento del ejército carlista; en camlo hacía, éste lo fusilaba por espía. En ndiciones la neutralidad era imposible; mue afiliarse a uno de los dos bandos.
proclamas de Rodil decían. Destruid s, las cosechas, y quemad las casas, pues Graciosa Soberana desea que sean exHas y devastadas las provincias rebeldes. eto de Graciosa en medio de palabras as de odio, resulta irónico, aunque sus así la consideraran a pesar de inspirar tan crueles.
odas las latitudes y en todos los pueblos a civil ha provocado siempre iguales hoexcesos. Cada cual no ve en el advero el traidor a la patria, digno de los castigos, y tiene que correr mucha sangre se aplaquen los ánimos y sea posible ciliación nacional.
La guerra carlista estuvo a punto, como hoy, de provocar serias complicaciones internacionales.
Austria, Prusia y Rusia, monarquías absolutas entonces, no ccultaban sus simpatías por Don Carlos y le enviaban dinero y voluntarios; por su parte, Francia e Inglaterra estaban a favor de María Cristina, y al lado de los cristinos combatían una legión francesa y una inglesa. Afortunadamente, la tan temida guerra europea no llegó a estallar.
En 1839, desalentados hasta los propios partidarios de Don Carlos, por la falta de energía de éste, se retiraron los vascos de la contienda firmando el convenio de Vergara, y en 1840 tu vo que refugiarse Don Carlos en Francia y fue internado en Bourges. María Cristina había resultado victoriosa; pero la ambición desenfrenada de los jefes que la habían hecho triunfar, sobre todo Espartero y Narváez, hizo que varias veces vacilara su trono y que tuviera que expatriarse dos veces. Por último, abdicó Isabel II.
El destino había querido que España, después de la caída de Napoleón, estuviera al abrigo de toda amenaza exterior; pero por desgracia su síno la ha hecho pasto de guerras intestinas, y es doloroso ver que tánto valor, devoción y sacrificio, características del pueblo español, se hayan empleado en la crueldad y la matanza. De Sintesis)