Civil War

APUNTES APUNTES 403 ones no evitaron la insurrección. Después uerto Fernando VII, el 29 de setiembre de se sublevó el de octubre la villa de era, situada a cien kilómetros de Madrid, or de Don Carlos; y el del mismo mes, b, proclamando al mismo Don Carlos, Carde España.
al fue el principio de una guerra civil que de durar siete años, pues todavía en 1840 ban encarnizadamente los carlistas contra istinos, leales a la Regente Maria Cristina Infanta Doña Isabel, a insurrección, que había estallado simultáente en el centro de España, cerca de la 1, y en la provincia vasca, contaba entre leptos a Don Carlos, con los Grandes de a, casi todo el clero, algunos oficiales y narios y la mayor parte de la nación, adele los montañeses de Navarra y Vizcaya, listas por tradición, dispuestos siempre a rse contra la autoridad de Madrid, y que lían celosamente sus fueros que les confebs privilegios de la autonomía.
aría Cristina, en cambio, sólo contaba con udades de importancia y la mayoría de ofiy funcionarios, y para hacer frente a los as tuvo que buscar el apoyo de los liberabre todo de aquellos que se oponían al absoluto y a la preponderancia de la Iglesia, lítica. Le favorecía ser la representante del poder constituido legalmente, lo cual le permitió sostenerse y vencer a los adversarios, no obstante su fuerza.
Esta guerra fue terrible; la historia se repite: los odios más enconados son los de hermanos y las guerras más crueles, las civiles. En ambos.
bandos la orden casi general era de exterminio para los prisioneros. El gran jefe carlista Zumalacárregui, desde el principio de la guerra hizo degollar, con toda sangre fría, a más de doscientos cristinos, por faltarle cordel con qué atar sus manos.
Un oficial inglés, Henningsen, que fue testigo de la lucha, al combatir en las filas de los carlistas, refiere el cruel episodio de la torre de la iglesia de Villafranca en que se habían refugiado los guardias nacionales fieles a la reina, con mu.
jeres y niños. Faltándole a Zumalacárregui artillería para tomarla, la cercó de leña, regó en ella aguardiente y le prendió fuego. Como resultaba insostenible la posición de los sitiados, imploraron rendirse pidiendo gracia. Esta guerra es sin cuartel. les contestó Zumalacárregui. Rcgaron entonces se les permitiera confesar: e, a lo que accedió el jefe carlista, y se rindieron. Apagaron el fuego, que había quemado o asfixiado a unos treinta combatientes, a tres mujeres y cuatro niños; el resto se encontraba en tal estado que hubo necesidad de sacarlos cargados de la torre. Fueron confesados inmediatamente y