42 APUNTES 349 fuera en mí tan rápida o más que la de las palabras de que se compone el lenguaje usual. esto es fácil de comprender, puesto que los signos musicales y sus diversas relaciones son infinitamente más limitados que las palabras (signos de objetos o de ideas) y sus enlaces en la formación del lenguaje.
No hablaba yo aún cuando distinguía y reconocía ya perfectamente no sólo los diferentes aires sino también las diferencias de expresión y de sentimiento con que era mecido mi oído. Voy a referir una prueba curiosa.
Todos los que tienen un conocimiento siquiera elemental de la música, saben que hay una nota que se llama ut o do, y que la gama es una escala de sonidos, cuyo sonido inicial o fundamental se reproduce a la octava y concluye la gama misma. Se sabe además que la gama es mayor o menor, según que la a y la grada forman con el sonido fundamental un intervalo mayor o menor. El intervalo mayor afecta el oído de un modo alegre, mientras que el menor produce más bien una impresión de melancolía o tristeza.
Un día, entre los aires que yo tenía ocasión de oír bajo nuestras ventanas y que constituyen esa colección de melopeas populares conocidas bajo el nombre de gritos de París, noté uno que me pareció probablemente de un carácter más triste que los otros y me volví hacia mi madre y exclamé, en los términos del vocabulario infantil de que yo comenzaba a servirme. Mamá, mamá, canta en do que llora! El aire, en efecto, pertenecía a la gama menor. Yo no había cumplido los tres años.
He contado esta anécdota infantil, solamente porque ella muestra hasta qué punto el niño puede ser fácil y justamente impresionado por las relaciones de los sonidos cuando su oído ha sido habituado a ello