332 APUNTES Cuando iba yo en estas atrocidades, entró mi padre con tácitos y atestados pasos al cuarto, leyó por encima de mi hombro, quitóme el libro y, entregándome un número de El Heraldo de Bogotá, me dijo. No leas estupideces. Lee estos versos, que eso sí es poesía.
Recibí el periódico, y empecé a leer la composición que mi padre me señalaba. Con nostalgias de victima la boca y nostalgias de selva la mirada, con la febril excitación del preso que su perdida libertad reclama, en incesante batallar se agita en su estrecho cubil la tigre hircana. Seguí leyendo entusiasmado, hasta el final, mientras mi padre sonreía. Nubló sus ojos sombra de tristeza, rasgó un gemido su feroz garganta y apareció una lágrima luciente en la pupila de la tigre hircana. Cito de memoria, e ignoro si andaré acertado. Cuando terminé la lectura, exclamó mi padre, a guisa de epifonema. Eso sí es poesía, y no las crudezas que estabas leyendo!
Muchos años pasaron, muchos. Ya el santo anciano que me enseñó a querer y admirar a